Rodeada de montañas, a 165 kilómetros de San Miguel de Tucumán (Noroeste de Argentina), está Amaicha del Valle, una comunidad rural de cinco mil habitantes que nunca interrumpió su gobierno indígena. Sus comuneros conforman un Pueblo de la Gran Nación Diaguita que ha mantenido su gobierno tradicional. Son poseedores de un territorio comunitario en el valle calchaquí con una extensión de más de 52.000 hectáreas cuyos derechos están respaldados por Cédula Real Española otorgada en 1716. Esto, los convierte en dueños de las tierras desde que los españoles pactaron con sus antepasados, quienes no adhirieron a las guerras calchaquíes. Desde entonces, hay algo que se mantuvo inalterable en este poblado: la producción de vino. Un gran número de familias amaicheñas mantiene su parral, con el que producen patero y mistela. Desde 2015, a partir de un programa de Economías Regionales de Nación, la comunidad decidió aunar esos saberes y producciones en un proyecto.
Solo tres bodegas del mundo pertenecen a una comunidad originaria y «Los Amaichas» se cuenta entre ellas. Además, se trata de una bodega comunitaria que es cien por ciento administrada por un pueblo originario, ya que todos sus trabajadores pertenecen a la comunidad indígena de Amaicha del Valle, que aún conserva instituciones ancestrales como el cacicazgo y el Consejo de Ancianos. Ésta, es además la tercera bodega indígena del mundo, y la primera del país. Es la concreción de un viejo anhelo de los amaicheños, de hacer honor a su nombre (amicharse es juntarse) produciendo un vino que los represente a todos y que no sea de un propietario, sino del pueblo entero. Este emprendimiento colectivo tiene además características que lo tornan único, ya que fue concebido bajo la filosofía de economía social y solidaria, y además contempla debidamente la dimensión humana y ecológica.
Inaugurada el 1º de agosto de 2016 —día en que se celebra la Pachamama—, la Bodega Comunitaria “Los Amaicha”, se halla emplazada en un siempre soleado valle ubicado a unos 2300 metros de altura. Su construcción y puesta en marcha, demandó unos cinco años de esfuerzo mancomunado, desde su proyecto inicial en 2011. La estructura, respondió a los principios que solían usar sus antepasados. Fue pensada por la gente de la comunidad y los productores, junto con el cacique y el Consejo de Ancianos. Eligieron un diseño representativo de las unidades habitacionales propias del periodo prehispánico, arraigadas en el inconsciente colectivo. El estilo está fuertemente caracterizado por la relación con la naturaleza, proveedora de las materias primas utilizadas. El trabajo de edificación estuvo en manos de comuneros maestros mayores de construcción, quienes utilizaron el pircado como técnica ancestral de elevación de muros, para el desarrollo de los habitáculos circulares interconectados. Además del edificio principal, se hicieron otros dos en forma de semicírculo de cada lado. La piedra ayuda a lograr una temperatura óptima para estacionar el vino naturalmente, sin la necesidad de refrigeración.
Actualmente, el emprendimiento se sostiene en base al trabajo de unas 60 familias indígenas del lugar, con la particularidad de que el fruto del esfuerzo beneficia directamente a dicha comunidad debido a la ausencia de intermediarios, generando empleos de calidad que dignifica su labor e identidad cultural. La producción anual totaliza alrededor de unos 50.000 litros, repartidos en viñedos de propiedad comunitaria que producen mayoritariamente las variedades Malbec (80%) y Criolla (20%), esta última cepa año a año más valorada por los visitantes debido a su condición de uvas orgánicas. Para el cultivo evitan los fertilizantes y los químicos que puedan dañar la tierra y además podrían modificar la composición de las uvas de altura. El vino que producen se denomina Sumak Kawsay —«Buen Vivir» en lengua quechua—, concepción filosófica que contempla un desarrollo sustentable en armonía con la Madre Tierra, manteniendo con ella un equilibrio no solo material sino, sobre todo, espiritual. Se trata de vinos de altura de alta gama y marcada identidad, con la particularidad de que su precio de venta al público es consensuado en una asamblea que establece un valor tal que permita a las familias productoras continuar reinvirtiendo y haciendo crecer el emprendimiento colectivo.Los productores tuvieron su primera vendimia en 2015 y buscan que el proyecto impulse el turismo en una región olvidada de Tucumán. Con la creación de la bodega, incorporaron la cepa Malbec y comenzaron a producir vino fino. Ahora, están desarrollando su estrategia de venta. Los Amaichas es una de las ocho bodegas que forman parte de la Ruta del Vino de Tucumán, que se distribuye a lo largo de los Valles Calchaquíes.En un poblado con economía rural y primaria, la bodega genera esperanza en Amaicha del Valle. Buscan el “buen vivir” y quieren hacerle honor al nombre de su vino.
Durante muchos años los Pueblos Originarios estuvieron invisivilizados en su condición de miembros activos de las sociedades de cada época. Solo fueron rescatados desde sus monumentos y sus ruinas arqueológicas, como sustrato de los orígenes del hombre americano. Sin embargo hoy vuelven a ser visibles a partir de obras destinadas a la producción como lo es este proyecto con autodeterminación y autosustentabilidad para su desarrollo integral. La Bodega Comunitaria Los Amaicha, se emplaza en un sitial digno de un pucara, estratégicamente ubicada como faro y centro del mundo indígena en el valle calchaquí, prueba de la permanencia de Los Amaichas como cultura preexistente que se mantienen viva.
Creditos y Fotos: GUARDA 14. LA GACETA.
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