A hora y media de Biarritz, existe una granja de camelias dedicada exclusivamente al cultivo de esta planta que no está programada para morir. Allí, un laboratorio creado por Chanel se dedica a la investigación exhaustiva de esta extraordinaria condición genética para frenar el envejecimiento celular.
CAMELIA, LA FLOR DE CHANEL
Cuando en 1961 el alemán Engelbert Kaempfer realizó el primer dibujo de un Tsubaki (Camellia japonica), muchos europeos contemplaron esta planta por primera vez, pues la estricta política de aislamiento internacional de Japón lo había impedido hasta entonces. Durante un viaje a Tokio, Kaempfer, que trabajó para la Compañía Neerlandesa, logró documentar con sus ilustraciones más de 420 especies vegetales, algunas desconocidas en nuestro continente.
Anteriormente, algunas semillas de Camellia Japonica ya habían llegado a Europa en el siglo XVII a través de la Compañía Británica de las Indias Orientales, pero su cultivo no se popularizó hasta la primera mitad del siglo XIX. Linneo nombra a esta planta “Camelia” en honor al botánico y jesuita Georg Joseph Kamel (también conocido por su apellido en latín Camellus).
La camelia fue la flor emblemática de Chanel, quien quedó prendada de ella tras la representación de Sarah Bernhardt en La dama de las camelias, película basada en la novela de Alejandro Dumas hijo, la cual también inspiró a Verdi para componer La Traviata.
Marcel Proust ya la había puesto de moda al exhibirla en la solapa, pero en la playa de Étrerat, Coco Chanel la libera de los trajes de los caballeros y la coloca por primera vez en el cinturón de su camiseta marinera. Fue el principio de un idilio entre dos fenómenos de la naturaleza que comparten la perpetuidad.
En el verano de 1915 la francesa abre la primera tienda de moda que hubo en Biarritz. Los veranos en la pequeña localidad transcurrían de forma frívola y apacible. En aquel antiguo pueblo costero de pescadores balleneros donde se alojaba la flor y nata de la sociedad, parecía que la guerra nunca tuvo lugar y se bailaba hasta el amanecer en el Hotel du Palais en una eterna Belle Époque. Fue allí donde Coco Chanel conoció a Diáguilev y a los ballets rusos exiliados en París y San Sebastián y que tanto peso tendrían en su producción posterior. En 1923 incorpora la camelia por primera vez en uno de sus vestidos de gasa.
“¿Qué quiere desayunar Madeimoselle?”, le preguntó una camarera una vez. “Una camelia”, respondió ella.
Que la granja de camelias se encuentre en este emplazamiento no es casual, se debe al amor que madeimoselle profesaba a la planta y al recuerdo de sus veranos más prósperos en Biarritz (Gaujacq se encuentra a unos 90km). El legado de la diseñadora sigue latente en el laboratorio ya que la colección botánica incluye las dos plantas madre que ella misma encargó.
DESDE 1998 CHANEL, JUNTO A JEAN THOBY, DIRIGE UN PROYECTO BASADO EN LA CAMELIA
Al entrar en la granja el tiempo se detiene y solo se escucha el sonido de los pájaros. Las camelias emergen de cada rincón del jardín en todas sus formas y colores. Los edificios de la finca conservan las paredes de piedra y los grandes portones de madera.
Jean Thoby, experto internacional en camelias y quinta generación de los Thoby, está al frente de este conservatorio botánico. Un laboratorio al aire libre con más de 2000 variedades distintas de camelias, incluidas las dos plantas madre de Chanel. Comienza a llover, y todo huele a hierba, a camelia no, porque es inodora. El clima de Gaujacq, en el sudoeste de Francia, con precipitaciones regulares durante las cuatro estaciones es muy parecido al de China y Japón, por lo que se aúnan las condiciones idóneas para el cultivo.
Jean Thoby vela por la conservación de las distintas variedades recolectadas en sus viajes a los cinco continentes. Incluye, entre otros, la Camellia oleifera, el cultivo mayoritario de donde se obtiene el aceite, la Camellia reticulata, nativa del sudoeste de China, un espécimen de Camellia japónica ‘Kingyo-tsubaki’, originaria del norte de Japón, cuyas hojas, parecen la cola de un pez, y dos pequeños especímenes de Camellia sasanqua que florecen en otoño.
Cada una de ellas se cultiva en parcelas distintas, como nos explica el jefe de explotación Philippe Grandy. Las rosas, por ejemplo, se emplazan en la parte inferior de la parcela. Gracias a este proyecto se han recuperado 75 especies que estaban en extinción.
LOS GENES DE LA CAMELIA NO POSEEN NINGÚN PROGRAMA PARA LA SENESCENCIA O MUERTE
Morir no está entre los planes de la camelia. Esta planta de apariencia delicada es una fuerza de la naturaleza. La camelia florece en invierno, adelantándose una estación y desafiando las heladas invernales. Nunca pierde sus hojas y el agua o el frío no tienen efecto en los pétalos. Todas estas características excepcionales llamaron la atención de los científicos de Chanel para la elaboración de la línea nº1, basada en la camelia roja e Hydra Beauty en la blanca.
Nicola Fuzzati, director de Innovación y Desarrollo explica: “Las camelias tienen la particularidad de no tener ningún programa de senescencia: genéticamente no están programadas para morir. Entonces, cuanto más tiempo pasa, mayor es su belleza y su fuerza”. Después de realizar numerosas investigaciones en el laboratorio sobre diferentes variedades de camelias, Chanel descubrió que la Camelia Alba Plena produce moléculas activas extraordinariamente hidratantes.
BIODIVERSIDAD
De las 70 hectáreas, 40 se dedican al cultivo de la camelia y el resto a bosques, setos y biodiversidad. Llama la atención el cuidadoso trazado de los cultivos con intercalación de especies de diversos tipos de árboles (agrosilvicultura).
El artífice de este peculiar paisajismo de la granja es Philippe Grandy, jefe de explotación: “Cuando yo llegué solo había líneas rectas de arbustos de camelias y era algo que no me gustaba por lo que rompí la línea para tener un bosque ajardinado y plantar en medio árboles de distintas edades y alturas”.
Así, fresnos, acacias o manzanos se alternan con las camelias, contribuyendo a la biodiversidad y a la conservación de la planta actuando como sombrillas. “Hay que aceptar el desorden para que haya orden”, nos explica el ingeniero agrícola. Las soluciones de Grandy, que ha dirigido durante más de 15 años propiedades agrícolas en África, residen en técnicas ancestrales y adaptan métodos de cultivo para adoptar sistemas más sostenibles como el abono orgánico, no utilizar ningún producto químico transgénico o utilizar el mínimo de agua.
La camelia necesita insectos para que fecunden el grano. Gracias a este proyecto se han vuelto a visionar en la zona especies de insectos que estaban casi extintos como la abeja solitaria o mariposas que acuden a la acedera, una planta no muy popular entre los agricultores.
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